«Un zorro desmemoriado» es un proyecto personal que tiene mucho tiempo y que ha sufrido cambios importantes. En un inicio, el personaje principal era un lobo. El texto original fue cambiando hasta que un día decidí eliminarlo casi por completo, a excepción de poquísimos diálogos que no estaban contemplados y que fueron añadidos para esta edición.
Lo más extraño de este libro –creo–, es que no surgió como una idea que se consolida poco a poco, como un proyecto que se ajusta a un público objetivo, o como una solución de diseño que satisface las necesidades de un grupo en particular. Nació durante un sueño.
Desde hace años guardo un registro del proceso con textos e imágenes. Como bien sabemos, la memoria es frágil, así que organicé esta información en otro proyecto: el «Making Of de Un zorro desmemoriado» (de donde tomo buena parte de estos recuerdos).
Agosto de 2008, un viernes por la noche. Regresé muy cansado de un desmontaje escenográfico. Mis hijas (pequeñas entonces) me pidieron que les lea algo. Mi primera respuesta fue decirles que esa noche no les leería un cuento, pero, al ver sus caritas y antes de que la sorpresa se transforme en desilusión, alcancé a decir que esa noche les contaría uno.
Los tres nos tumbamos en la cama, ellas a mis costados, y arranqué con el clásico: «había una vez un lobo...» (así de cansado estaba)... y me quedé dormido enseguida. Parecía que hasta ahí llegaron mis buenas intenciones de contarles una historia.
Mi cerebro estaba a mil, iba a toda máquina. Un paisaje tomaba forma en mi cabeza y en medio, una vía principal se abría paso: era como el eje narrativo del relato, con tres pequeñas sendas laterales que salían a la mitad de ese primer camino, y se perdían en medio de un espeso bosque en los límites de la escena.
Por algún extraño mecanismo neuronal, mi cerebro se dividió en departamentos. El de Corrección de estilo me sugería qué decir bastante antes de pronunciar algún sonido. Recuerdo una voz argumentando «no, esa palabra no, la utilizaremos después; en su lugar, que vaya ésta». Cuánta falta me hace ese departamento, justo ahora.
El Departamento de Arte había preparado rótulos de madera que se levantaban desde los costados del recorrido, con efectos de audio muy típicos de dibujo animado. Estos letreros contenían información de los protagonistas, sus rostros y características principales. Cada presentación venía acompañada de una narración con la voz de Francisco Colmenero (el doblaje latino para Looney Tunes, Dinosaurios, Warner Brothers...). ¡Loquísimo!
El Departamento de finales fue el que más me gustó, sin lugar a dudas. Un empleado describía lo que ocurría en cada camino –las tres posibles conclusiones–. La tercera opción explicaba por qué el protagonista tenía mala memoria, el porqué se había distanciado de los demás y, como dijo otro encargado de ese departamento: «cierra la historia y funciona bien para niños, sin ser moralistas».
Aunque estaba en modo REM, de alguna forma sabía que estaba a cargo, así que me decidí: «¡Vamos por ahí!». Todos los personajes y empleados de los departamentos señalaron al unísono con sus deditos «¡Sí, por ahí!», y caminamos juntos por el desenlace seleccionado.
Desperté apenas el sueño terminó, y encontré a mis hijas con los ojos bien abiertos. Estaban emocionadas, no sé si porque narrar tiene una magia especial, o porque había hablado dormido (no es la primera vez que me pasaba). Al parecer, eso siempre es divertido de ver.
El caso es que les gustó y me pidieron que les cuente otra vez. Pensé que se referían a un nuevo relato, pero querían el mismo cuento, otra vez. Mi hija pequeña resistió hasta la mitad de esta segunda función, y la mayor, un poco antes de concluir. Yo no duré mucho más y también fui a descansar, en serio esta vez y sin hablar –espero–.
Al día siguiente, sábado temprano, fui a mi estudio y escribí el relato en una computadora. Hice algunas pruebas de ilustración y para mediodía tenía una diagramación previa. Pasé una temporada realizando pequeños cambios, ediciones menores de texto, nada importante. Esas primeras pruebas de gráfica se mantuvieron un buen tiempo, sin embargo no eran lo que buscaba. Sencillamente, no fluían.
Hubo tres momentos, aparentemente sin importancia, que aportaron ese «no sé qué» que faltaba. En el primero, un amigo me contó algo curioso que vivieron durante una grabación: por un error, filmaron durante las pausas y perdieron las tomas que debían registrar. Entonces supe qué le faltaba al cuento: el interior de un cine, como contexto.
El segundo momento llegó una noche, durante una feria del libro en 2015. Era momento de retomar el proyecto, y sin palabras. Un vecino de stand vendía boceteros, compré uno y decidí que lo utilizaría exclusivamente para trabajar la historia de un zorro desmemoriado (ya había resuelto que no sería un lobo). No es que el texto no me gustase, simplemente quería centrarme en la narrativa gráfica.
Encontré la línea gráfica y las características de los personajes al desarrollar cientos de bocetos, elaborados con lápices de color, grafitos, marcadores permanentes de punta fina, rotuladores de punta doble, acuarelas, esferográficos... lo que tenía a mano me era útil.
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Bocetos para Un zorro desmemoriado. Jaime Hidalgo Maldonado, entre 2015 y 2024. |
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Bocetos para Un zorro desmemoriado. Jaime Hidalgo Maldonado, entre 2015 y 2024. |
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Bocetos para Un zorro desmemoriado. Jaime Hidalgo Maldonado, entre 2015 y 2024. |
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Bocetos para Un zorro desmemoriado. Jaime Hidalgo Maldonado, entre 2015 y 2024. |
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Bocetos para Un zorro desmemoriado. Jaime Hidalgo Maldonado, entre 2015 y 2024. |
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Bocetos para Un zorro desmemoriado. Jaime Hidalgo Maldonado, entre 2015 y 2024. |
El formato del libro es algo especial, porque se abre horizontalmente y las páginas van de arriba hacia abajo. Una limitación técnica en la imprenta nos facilitó esta decisión pero definitivamente fue lo mejor, incluso las guardas funcionaron como debían.
Las ilustraciones fueron realizadas con acrílicos sobre cartulinas para acuarela Arches, de 300 g/m². Para la base utilicé un Tierra de Siena tostado, muy diluido, aplicado con pinceles planos y, para las líneas oscuras, empleé Gris grafito.
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Ilustración para Un zorro desmemoriado. Acrílicos sobre cartulina Arches para acuarela, 300 g/m². Jaime Hidalgo Maldonado, 2025. |
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Ilustración para Un zorro desmemoriado. Acrílicos sobre cartulina Arches para acuarela, 300 g/m². Jaime Hidalgo Maldonado, 2025. |
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Ilustración para Un zorro desmemoriado. Acrílicos sobre cartulina Arches para acuarela, 300 g/m². Jaime Hidalgo Maldonado, 2025. |
¿Por qué los afectos? ¿Por qué la memoria? «Un zorro desmemoriado» explora la fragilidad de la memoria y la identidad: el protagonista no recuerda que ya no come ovejas y ha olvidado otras cosas también, pero al compartir con los demás, redescubre que sabe cocinar, tocar música, escalar montañas, jugar fútbol, tal vez es bueno tejiendo, reparando objetos dañados, sembrando vegetales.
¿Cuántas habilidades creemos perdidas hasta que alguien nos ayuda a recordarlas? ¿Hasta que alguien confía en que sí podemos? No somos islas perdidas en medio del mar, somos parte de una red que nos sostiene, en la que ayudamos a otros a reencontrarse, a avanzar, a no quedarse atrás.
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Cubierta de Un zorro desmemoriado. Acrílicos sobre cartulina Arches para acuarela, 300 g/m². Jaime Hidalgo Maldonado, 2025. |










